Capítulo 42


            Se dirige a las pistas para ver si está María, pero no la encuentra y en el paseo ve a un perro. Se acerca a él.

            -Ah, Saburo está aquí.-

            Saburo es el amigo perruno de Yuta.

            -¡Eh, Saburo!-

            El perro se gira, al ver al muchacho ladra y se va donde él.

            -Espera, no hagas eso.-

            Comienza a lamer a Lavith por todos lados.

            -Eh, quieto.-

            Saburo se apoya en sus piernas traseras y trata de saltar encima de él. Al saltar, Lavith lo agarra. En cuanto comprueba la piel que hay debajo de su pelaje, se da cuenta de que tiene muchísimas heridas.

            -¿Quién te ha hecho esto?-

            Algunas son recientes. Saburo ladra.   

            -No deberías vagar por aquí. Ya eres viejo.-

            Ladra de nuevo.

            -¿Me estás escuchando?-

            Responde con un ladrido.

            -Ya, ya… Tuve un perro como tú hace mucho tiempo.-

            Ladra de nuevo.

            -No era realmente mío, pero jugábamos juntos todo el tiempo. Estaba en primaria, pero… siempre estaba enfermo, así que nunca iba a clase. No me encontraba así de mal por aquel entonces. No lo recuerdo muy bien. Pero recuerdo al perro. ¿Cómo lo llamaba? No tenía tantos ataques, así que los médicos me dejaron salir afuera, pero siempre tenía enfermeras cerca. A menudo me escapaba de la mansión. No podía alejarme mucho de allí porque mi salud no era tan buena como ahora. El perro también se coló en la residencia un montón de veces, pero cada vez que lo pillaban lo acababan echando. Era muy cariñoso conmigo, y jugaba muy a menudo con él… También recuerdo… fue entonces cuando conocí a María. Era una estudiante de instituto que vivía cerca de la zona. Su personalidad era como la de María de esta escuela, además de tener la misma apariencia… Se preocupaba mucho por mí. Siempre le agradeceré que cuidara al niño mimado que era. Cuando mi saludo mejoró, me permitieron salir. Y ella siempre estaba a mi lado. Era muy amable, aunque siempre me reñía cuando soltaba tacos. Era muy popular en el vecindario. Me sentía superior a los demás por tenerla toda para mí. Era un tanto repelente…-

            Saburo olisque a Lavith

            -Buen chico. Pero nada de lamer, ¿eh?-

            Ladra Saburo.

            -Eh, para.-

            Saburo vuelve a ladrar.

            -Cállate. Estábamos siempre juntos, ¿lo sabías? Yo, María y aquel perro… Pero ya era viejo cuando lo conocí, murió al año siguiente. Fue solo un mes después de que empezase a vivir con la familia de María… Mis recuerdos empezaron a desaparecer tras su muerte y volví a tener ataques frecuentemente. Así que, una vez más, me impidieron  salir al exterior. Odiaba estar solo, más que morir por los ataques. Mi tío permitió a María que pudiera venir a verme. El mismo día de cada semana, me visitaba para estar junto a mí. Lástima, no recuerdo muchos detalles, pero recuerdo algunas cosas… ¿Cuándo fue? Cuando María dejó de visitarme. Normalmente, cuando no podía venir… enviaba a alguien para que me lo dijeses de antemano. Pero aquel día, nadie me dijo nada. No sabía cuándo iba a tener otro ataque, pero me daba igual. Traté de escaparme de casa para ir a visitar a María… Recuerdo que el viento soplaba con fuerza. Dejé la casa solo… y…-

            El corazón del muchacho late con fuerza.

            … Saburo ladra fuerte.

            -¿Qué…?-

            El perro trata de llamar la atención de Lavith. –No pasa nada, estoy atolondrado… Por algún motivo, he perdido todos los recuerdos de aquel día en el camino a la escuela. Más tarde me enteré de que aquella vez tuve mi último pero más intenso ataque. Me llevaron en ambulancia a uno de los hospitales más grandes del país. Volví a la conciencia en un mes o así. Y poco a poco me recuperé, el médico dijo que había sido un milagro. No sé si como consecuencia, pero… cuando me pude mover de nuevo, María y su familia se mudaron. Ni si quiera me dijo adiós. No la he vuelto a ver desde entonces… Lamento haberte contado una historia tan larga.-

            Ladra Saburo.

            -Es culpa tuya. Me has hecho recordar todo eso.-

            Vuelve a ladrar.

            -¿Eh, qué?- De repente, Saburo se va.

            Los ojos del muchacho siguen al perro que se adentra lentamente en el bosque. –Quizá estaba esperando a que se acabase mi historia…-

            Se incorpora del suelo, se sacudo un poco el uniforme. Una chica de su edad pasa por su lado, le mira de forma extraña al muchacho.

            -Debo tener cara de violador o algo, joder…-

            Llega a los servicios de la residencia masculina.

            -¿David?- Piensa.

            Detrás de los servicios públicos surge un tipo que parece un asesor financiero. Acaba de salir de la parte posterior del edificio.

            David mira al muchacho y apartando la mirada dice. –Tú otra vez…-

            -¿Qué?-

            -Cállate… Cuida tu lengua. No somos amigos, ¿lo pillas?-

            -Ah, ¿no me digas?-

            -Sí… Olvida lo de ayer, y yo también lo olvidaré, ¿vale?-

            -Lo de ayer… Oh, ¿te refieres a cuando estabas potando en la biblioteca?- Pregunta Lavith.

            Bastante molesto dice David. –Sí, eso. Olvídalo. Si lo haces, dejaré de molestarte.-

            -¿Me estás… amenazando?-

            Los ojos fríos cargados de emociones de David le producen un escalofrío en la espalda. –Este tipo… debe estar acostumbrado a entornos algo chungos.- Piensa.

            Sin intención de ceder, forcejean con la vista. David es el que acaba mirando a otro lado.

            -Haz lo que quieras, imbécil.- Abandona los servicios públicos David.

            -Por lo menos no he visto a más niños pijos como él por aquí… ¿Detrás del cuarto de baño?- Piensa.

            Se dirige detrás de los servicios. No hay demasiado espacio para que una persona pase por ahí. –Es demasiado angosto. Mmm… ¿Qué es eso?- Detrás del edificio hay un pequeño espacio. Rodeado por arbustos, es imposible verlo desde fuera. –Huele algo raro aquí detrás… Ya veo. Así que aquí es donde viene la gente a fumar. Es un lugar muy bien pensado.-

            Vuelve al camino. –Es bastante jodido llegar ahí, pero está muy bien oculto. Aunque la gente que lo conozca te podría encontrar… Supongo que me iré.-

            Vuelve a su habitación a descansar. –Tengo que averiguar el contenido de la botella, así sabré por qué me sentía así. Pero joder, pedirme a cambio… ayudarle a ordenar los archivos. No puedo olvidar mi compromiso de esta noche con la señorita Leticia. Tengo que ir a la enfermería en cuanto se haga de noche. Y tengo que encontrar a Lucía y pedirle los nombres de todos los miembros del club de la ceremonia del té…-

            Cierra los ojos dando un suspiro, se levanta y deja la residencia.

            De camino al pabellón alfa, se encuentra a dos chicas hablando. Son Sara y Lucía. –Anoche no me fijé… ¿Son amigas?- Piensa.

            -Bueno, no estoy demasiado interesada en ese tipo de cosas.- Dice Sara.

            -¿De verdad? Creía que te entusiasmaría.- Dice Lucía un poco desilusionada.

            -¿Qué te hacía pensar eso?-

            -Había oído que te encantaban los libros.-

            -¿Qué tienen que ver los libros con el club de la ceremonia del té?- Pregunta Sara.

            -Los dos requieren el uso de la imaginación… Tanto el “té” como el “aroma” requieren de muy buena imaginación. Lógicamente, pensé que te atraería.- Dice Lucía.

            Sara cierra los ojos pensando. –Mmm…-

            -¿Por qué no vienes aunque sea solo una vez?-

            Con la sonrisa responde Sara. –Pues… ¡lo siento, pero no puede ser! Tengo bastante trabajo en la biblioteca, ¿sabes?-

            -Oh.-

            -Pero gracias por preguntar. ¡Nos vemos!-

            Sara deja sola a Lucía que cierra los ojos. -… Lástima.-

            -Parecía que estaba reclutando a gente para el club de la ceremonia del té. Lucía estaba intentando convencerla… Pero vaya momento más raro para hacerlo…- Piensa viendo alejarse Lucía.

            Se dirige al pabellón alfa y sube las escaleras. –Aquí está la sala de arte, veré qué tal le va.-

            Entra y ve a Laura pintando un cuadro. –No debería molestarla.- Piensa él.

            -¡Eh!- Saluda él.

            -¿Sí?-

            -¿Por qué has venido?-

            -¿Por qué me preguntas eso tan de repente?- Piensa él.

            Sus manos siguen en movimiento mientras habla.

            -¿Por qué me lo preguntas?- Pregunta y tras mirar sus suaves movimientos piensa. –No puedo decirle que no puedo dejar de pensar en ella.-

            -¿Te gustan los cuadros?-

            -Sí, pero solo contemplarlos.-

            -¿En serio? Yo lo odio.-

            … -¿Qué?- Pregunta el muchacho sorprendido.

            -Odio ambas cosas. Tanto pintarlos como contemplarlos. Y ahora me preguntarás, “¿por qué pintas, entonces?”, ¿no?-

            -Sip.-

            -Te lo diré. Porque es el único momento en el que puedo librarme del dolor.-

            -¿Dolor?- Pregunta él.

            -Sí, dolor. El dolor de la espera… Por eso. ¿Y bien? ¿Qué piensas?-

            -¿Qué esperas que diga?-

            Los dos se quedan en silencio y piensa Lavith. –Menudo tema de conversación más extraño…-

            -¿Y qué me dices de ti?- Pregunta ella.

            -No hacía más que pensar que mi tiempo se iba a agotar tarde o temprano. Y odiaba la forma en que transcurría. Era tan ingenuo…-

            -¿Pensabas así de pequeño?-

            -Sí. No he tenido una infancia normal.-

            El muchacho espera un poco, pero ella sigue concentrada en el cuadro. -¿Qué debería hacer?- Piensa.

            -Lo siento, pero…- Dice Laura.

            -Vale.-

            -Lo siento.-

            -No, no pasa nada.-

            Sale de la habitación.

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